Migrar, a pesar de todo

La noche del 31 de enero la Casa del Migrante en Ocotepeque estaba llena, había 60 personas que hacían turnos para comer un plato de frijoles con huevo y tortilla, café, bañarse y descansar. En el parque, del grupo que se dispersó para pasar la noche a la intemperie, dos chicas sentadas en una banca frente a los puestecitos de comida callejera se preguntan cómo le harán para convencer a las autoridades mexicanas de que ellas lo único que quieren es trabajar para poder sacar adelante a sus hijas. 
Migrar, a pesar de todo

Los 200

—El día que pasamos nosotros todo bien, íbamos alegres porque creíamos que ya la habíamos hecho, ya íbamos cruzando, ya estábamos en México.

Narra con cierto desencanto un joven de 25 años que viajaba en la caravana migrante del 15 de enero, su nombre es Edwin. Luego de tres días en Tecún Umán esperando el mejor momento para poder cruzar, Edwin y el grupo con el que atravesó el río Suchiate que divide Guatemala y México, decidieron subir varios kilómetros hasta encontrar un punto ciego que les permitiera llegar a territorio mexicano. Ahí no había policías, no había agentes de migración, y pudieron avanzar tres horas cuando fueron interceptados y retenidos. La Policía Federal mexicana, explica Edwin, los apresó, incluso utilizando gas pimienta y después les engañó: los llevó hasta un punto migratorio para que firmaran unos documentos que les decían, posibilitaría obtener un permiso de tránsito por México; esto nunca se dio, finalmente fueron montados a un bus y enviados de regreso a Honduras.

Es la noche del 31 de enero, 15 días después este joven originario de San Esteban en el departamento de Olancho, está nuevamente donde empezó, retornado, y ve acumularse poco a poco a quienes han atendido la convocatoria de una nueva caravana: «la caravana del diablo», se presumía le habían nombrado a través de redes sociales.

Pero «la caravana del diablo» no sumaba ni 200 personas.

Edwin —como muchos— tomó la decisión de unirse a la caravana anterior por la falta de empleo, para este soldador no hay más trabajo en el pueblo de San Esteban, y alimentar a su familia, tres hijos y su esposa, se ha vuelto una tarea difícil. «Es complicado mirar que tenés hijos y los días van pasando y estás desempleado, lo que hace uno es agarrar esos caminos, arriesgar la vida», reflexiona.

—¿Te sentís derrotado?

—No, porque estamos con vida y con fuerzas para seguir adelante, vamos a tratar de regresar, vamos a tratar de regresar, pero ya con algo distinto.

Ese «algo distinto» del que habla Edwin es la visa mexicana, esta vez ya no en caravana.

***

La noche del 31 de enero la Casa del Migrante en Ocotepeque estaba llena, había 60 personas que hacían turnos para comer un plato de frijoles con huevo y tortilla, café, bañarse y descansar. En el parque, del grupo que se dispersó para pasar la noche a la intemperie, dos chicas sentadas en una banca frente a los puestecitos de comida callejera se preguntan cómo le harán para convencer a las autoridades mexicanas de que ellas lo único que quieren es trabajar para poder sacar adelante a sus hijas. «Tenemos un problemita», dice una, «ella y yo somos pareja», explica. Se van porque el trabajo de cocina en un comedor solo les da 3 mil lempiras al mes (unos 120 dólares), pero también se van porque se han comprometido, quieren casarse y en Honduras no solo no se puede, sino que esconden su relación por miedo a que algo les pase. «Hay hombres que violan a mujeres como nosotras», explican.

Se enamoraron, vivieron un tiempo juntas, lejos de sus familias haciéndose pasar por amigas nada más, pero poco a poco el rumor de que son lesbianas, que son pareja, comienza a esparcirse entre sus círculos personales, y también el temor de ser separadas por sus padres. Prefieren no decir sus nombres y bromean con su anonimato, un poco para evadir la pregunta de cómo se llaman, un poco para intentar calmar la ansiedad que sienten porque al día siguiente retomarán camino, y la frontera de Tecún Umán —por donde han dicho van a intentar cruzar hacia México— estará más cerca.

Para el mediodía del 1 de febrero el grupo había pasado por Esquipulas, y del grupo más rezagado solo quedaban cerca de 20, hombres jóvenes todos, que se van porque no hay trabajo para ellos en Honduras, explican algunos, los pocos que hablan porque al ser un grupo pequeño se sienten expuestos y desprotegidos.

En este grupo viajan Santos de 22 años y su primo Lenin de 19 años, dos jóvenes originarios de Siguatepeque en el departamento de Comayagua. Los dos primos han trabajado toda su vida en las plantaciones de café donde apenas ganaban entre 100 y 120 lempiras diarios. Lenin ahorró su última corta de café para poder hacer este viaje, parte de lo que ganó se lo dejó a su hija de 2 años y a la madre de esta, y con el resto tomó camino hacia el norte.

Para Santos hubo una oportunidad, una pequeña oportunidad fuera de las plantaciones de café: trabajó durante unos meses de cocinero en un restaurante, donde ganaba 3 mil lempiras al mes, eso significó un cambio para este chico que dice trabajar desde los 5 años en las plantaciones de café, pero aunque alejado de la explotación que viven los corteros de café su trabajo de cocinero no representaba abrir la puerta de una vida más digna, esa, espera encontrarla en Estados Unidos. Para alcanzar esta meta los dos primos piensan que trabajar en México durante un tiempo será lo mejor, y luego seguir al norte, tan al norte como puedan.

Santos y su primo Lenin solo pudieron asistir a la primaria, sus condiciones de postergación, como la de todos los jóvenes del área rural, en donde estudiar significa en muchos casos andar a pie durante horas para llegar al centro educativo más cercano, son parte de las condiciones que finalmente han orillado a los dos primos a emprender juntos el camino de la ruta migratoria hacia Estados Unidos. Atendieron el llamado, son dos de cerca de 200 personas, que ahora caminan con sus esperanzas de una vida mejor lejos de Honduras.

Este grupo que salió de la Terminal Metropolitana de Buses de la ciudad de San Pedro Sula en la madrugada del 31 de enero, en su mayoría, eran jóvenes y niños. De este grupo 8 menores que viajaban solos fueron retenidos por Migración y el Dinaf en Agua Caliente, 7 de ellos escaparon a la retención y seguramente avanzaron por puntos ciegos, un agente de la Policía Nacional y dos trabajadores del Dinaf fueron incapaces de mantener en retención a los adolescentes.

—¿Por qué te querés ir?

—Para ver si encuentro una vida mejor. —Con resignación y cabizbajo, responde Axel.

Axel tiene 15 años, es el menor de 7 hijos, su madre es madre soltera y para Axel, la aldea de Dos Caminos en Villanueva, Cortés, es un lugar aburrido y feo, donde lo único que hacía era aprender el oficio de soldadura en un taller. Axel es el único de los 8 adolescentes que no pudo escapar del cautiverio en el punto fronterizo de Agua Caliente, y mientras explica un poco su historia con desdén, enrola un cigarrillo de mentira con el papel aluminio que cubría el plato de comida que la Dinaf le ha dado para que almuerce.

—Y tu madre, ¿sabe que te ibas?

—Sí…

—¿Qué te dijo?

—Que tuviera cuidado, pero ya voy pa´ bajo.

A Axel, la Dinaf lo va a enviar a Centro Belén en San Pedro Sula, donde contactarán a su madre para que vaya por él, pero antes de entregárselo a la madre de Axel le espera una amonestación verbal por parte de la institución, y si Axel reincide en migrar solo antes de que cumpla los 18 años y es interceptado, entonces será separado de su madre y sus hermanos, para ser enviado a una casa hogar. Por ahora, el sueño de Axel por llegar a los Estados Unidos tendrá que esperar.

Las casas del migrante

—Es algo que no podemos percibir: si van a seguir o no van a seguir. —Explica Judith de la Casa del Migrante José en Esquipulas, quienes la noche del 31 de enero recibieron a 45 personas de los casi 200 que salieron desde San Pedro Sula.

Judith Ramírez es la coordinadora del equipo de voluntarios en la Casa del Migrante José de Esquipulas. Desde hace 3 años trabajan por darle una atención digna a las personas que pasan por Esquipulas en su andar hacia el norte. En un principio ni siquiera tenían un terreno propio, atendían en la calle, luego pudieron alquilar un espacio para poder atender al «hermano migrante», explica Judith, una laica comprometida de la iglesia católica, y para ella las casas del migrante solo son posible desde el milagro del amor a los migrantes.

Ninguna casa del migrante ha recibido apoyo del gobierno guatemalteco, se sostienen por el apoyo incansable de la feligresía de las parroquias. Pero si el Gobierno de Guatemala le preguntara a Judith cuánto necesita para atender a los migrantes que recibe todos los días en Esquipulas, ella respondería que unos 4 mil dólares mensuales. En Honduras con la casa del migrante en Ocotepeque sucede los mismo, se sostiene desde el apoyo de la iglesia. Las personas que llegan a las casas del migrante, explica Judith, no han perdido la esperanza, son personas que salen de sus países buscando un futuro que no encuentran. Y para los caminantes de la ruta migratoria las casas del migrante se convierten en los oasis del camino: se detienen para bañarse y comer algo, pasar la noche bajo un techo, desayunar y luego poder seguir. Adelante hay otra casa refugio a donde llegar.

—En la primera caravana atendimos a 5 mil personas, les dimos dos platos de comida.

Para Judith esto solo puede ser explicado desde el milagro de la multiplicación de los peces y los panes, y es que en las casas del migrante deben hacer que todo se multiplique. «No solo es el camino, va más allá, estar lejos de tu familia en un lugar donde no te quieren ni te valoran», cuenta desde su experiencia. Judith estuvo 5 años en los Estados Unidos, al volver no pudo sino ayudar a quienes pasan por Esquipulass con la esperanza —que explica ella, no puede quitársele a los migrantes— de una vida mejor, distinta, a la que dejan atrás.

Los retornados: «el que es deportado o es retornado es un fracasado»

En el Aeropuerto Ramón Villeda Morales de la ciudad de La Lima, Vicky de 24 años, espera a Olman de 26 años. Vicky y Olman tienen un hijo de 8 años.

Esta capitalina de la colonia El Pedregal lleva muchas horas esperando que su expareja salga del chequeo migratorio, y para entretenerse pela mangos verdes con el cuchillo que un vendedor de frutas le ha prestado. Olman decidió migrar luego de que asesinaran a sus dos hermanos, a uno por el impuesto de guerra y al otro porque salió corriendo luego de que lo detuvieran en una colonia de Tegucigalpa para preguntarle por los tatuajes de su cuerpo. Los tres hermanos trabajaban como choferes de unidades de transporte público, y Olman decidió migrar para pedir asilo político, pero el acuerdo firmado por Estados Unidos con los países de Centroamérica no le permitió acceder al asilo. Después de 7 meses esperando la respuesta a su solicitud, Olman debe volver a Honduras. Vicky cree que si el padre de su hijo continúa trabajando en el transporte público terminará muerto como sus hermanos, y reniega del gobierno y de sus programas que dicen mejorar la vida de los más pobres de Honduras.

Para el cierre de 2019, la Fuerza Nacional Antimaras y Pandillas (FNAMP) primero Fuerza Nacional Antiextorsión, creada por Juan Orlando Hernández, reportaba alrededor de 2 mil denuncias por extorsión en el país.

—La Honduras donde yo vivo cada vez está peor.

—¿Cómo podrías describir la Honduras donde vos vivís?

—Pues te voy a contar que la vez pasada iba para mi trabajo y ¿qué me dijo un ladrón? Vos hija de la tarantantarán, dame el celular sino te voy a pegar un tiro, y eso es cada día en la mañana, hasta madrugan los ladrones. —Cuenta, y dice que ha sido asaltada dos veces en el último año y la Policía jamás ha hecho algo.

En el barrio donde vive Vicky la Policía Nacional está ausente, el barrio es controlado por una de las maras o pandillas que controlan los barrios de la periferia de la ciudad. Y está bien para esta joven, «porque por lo menos ahí no asaltan», dice. Se sienten más seguros con la mara cuidando el barrio.

A veces, Vicky llama para decir que no va poder llegar a trabajar en la tienda donde labora desde 2014 en el centro de la ciudad. A veces no tiene dinero y se arriesga a perder el único trabajo que ha podido conseguir y con el que ha podido alimentar a su hijo y enviarlo a la escuela, la única entrada de dinero que ha tenido en los últimos 7 meses. El asilo político que se le negó a Olman era la única oportunidad que estos jóvenes tenían para ofrecerle a su hijo un futuro lejos de la violencia hondureña. Olman es uno de los más de 5 mil hondureños retornados que, según el Instituto Nacional de Migración, en su mayoría lo hacen de forma voluntaria. Pero a Olman lo detuvieron en Texas, y luego de 7 meses de cautiverio no pudo obtener el ansiado asilo que significaría para él y los suyos alejarse de la violencia que ya cobró dos vidas en su familia.

Según un post de Facebook en la página del Instituto Nacional de Migración de Honduras, todos los días Estados Unidos deporta más de 200 hondureños, los que llegan al aeropuerto internacional Ramón Villeda Morales de La Lima, a 15 minutos de San Pedro Sula. —Hay estigma de que el que es deportado o es retornado es un fracasado. —Explica César Ramos, miembro del equipo técnico del programa de apoyo a migrantes retornados de la Comisión de Acción Social Menonita (CASM).

La organización CASM desde 2014 ha trabajado con los migrantes retornados a raíz de la emergencia que se decretó por la cantidad de menores no acompañados que fueron retornados en ese año, en ese momento se conformó junto a organizaciones estatales y de sociedad civil la atención de los retornados.

En total, 10,450 menores fueron retornados en 2014 según el Informe Estadístico de las Personas Repatriadas / Retornadas a Honduras Periodo Enero a Diez de Diciembre de 2014, un informe realizado por el Gobierno de Honduras. El retornado —explica César Ramos— necesita ayuda psicológica prioritaria, porque los migrantes cuando regresan son personas que no tienen nada, han perdido lo que tenían para apostarle al viaje hacia Estados Unidos y al volver no tienen nada, solo hambre. Regresan a sus entornos de violencia y desempleo.

El programa de atención a los retornados que la Comisión de Acción Social Menonita ayuda a los retornados que acceden a él para que puedan reincorporarse al país, algunos toman talleres de oficios y se les ayuda buscando empleo, aunque —reconoce, Ramos— a veces esto último resulta complicado si las empresas no pueden contratar a quienes en un primer instante se fueron del país por la falta de empleo, también alimentos, debido a que cuando regresan no tienen nada. —El gobierno en algún momento decidió sacarnos de estos centros de recibimiento de estos migrantes, el CAM-R en Omoa, el CAM-R en el aeropuerto Ramón Villeda Morales, y en el Centro Belén, donde llegan los niños. —Explica César Ramos.

Antes de que las autoridades hondureñas sacaran a las organizaciones de sociedad civil que atendían a los migrantes retornados, daban toda su atención en los centros de recibimiento, ahora lo hacen desde la Terminal Metropolitana de Buses en San Pedro Sula. La atención que siempre ha estado a cargo de las organizaciones como Comisión de Acción Social Menonita y de Casa Alianza, fue solicitada por el gobierno de Honduras como requisito para continuar atendiendo a los retornados en las instalaciones del Estado.

—¿Hubo una justificación para expulsarlos de los centros?

—Creo que tiene que ver con la crítica de parte de las organizaciones de sociedad civil de que el gobierno no está haciendo lo suficiente para dar respuesta a esta población cuando retorna.

El enfoque, explica Ramos, que el gobierno de Honduras tiene con respecto «a la migración irregular» viene en línea con las políticas anti migratorias de los Estados Unidos. Para CASM, la situación de los migrantes retornados es doblemente difícil «uno, la misma situación política, económica, y social del país, más difícil cada año, y dos, estas personas que se fueron tal vez empeñaron hasta su terreno, su casa, sacaron préstamos o tal vez si tenían su pequeño ahorro lo gastaron en este viaje», explica Ramos.

Los migrantes que retornan tienen una cosa en común: todos quieren volver a intentarlo. Edwin, el joven soldador de 25 años de San Esteban, Olancho, lo volverá a intentar porque no tiene empleo en su pueblo, Vicky está consciente que si Olman no lo intenta nuevamente en Tegucigalpa solo le espera la muerte, Axel de 15 años, el niño de la aldea Dos Caminos —una aldea controlada por las maras y las pandillas y por el capital de enclave de las maquilas— ni siquiera esperará a ser adulto para volver a intentarlo. Es lo único que ha quedado para quienes retornaron, volver a intentarlo cuantas veces necesiten hacerlo, a pesar de todo lo que la ruta migratoria implique, migrarán nuevamente.

Fotoreportaje de Martín Cálix, publicado en Contra Corriente de Honduras, con colaboración de Jennifer Ávila, editora Periodista y Linda Ordóñez, correctora de estilo.